"Ignoramos el sentido del dragón, como ignoramos el sentido del universo, pero hay algo en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres,.."

"El Dragón posee la capacidad de asumir muchas formas, pero éstas son inescrutables."

de El libro de los Seres Imaginarios, Jorge Luis Borges






viernes, 24 de febrero de 2012

La perla olvidada

Él le dijo que necesitaba que posara un momento, era solo una pose, tomaría apuntes y la dejaría en libertad. Ella pensó que le vendría bien un descanso en medio de la tarea. A él le pareció que la muchacha necesitaba algún adorno, fue a la recámara de su esposa, volvió con unos aros y un turbante y le pidió que por favor se los ponga, ella aceptó tímida y divertida. Se colocó en la pose que él acomodó. Sintió calor cuando él la tocó para mover su brazo y adelantar su posición hacia una mejor luz, casi nunca la tocaba nadie, y menos un señor tan importante, fue como si sus dedos hubieran traspasado la ropa y le hubieran dejado ardiendo la piel...pero se contuvo, respiró hondo, cerró los ojos pensando en el río y el calor cedió. -Abra los ojos por favor!- Le pidió el señor gentilmente.
El resto de la media hora que siguió, los dos estuvieron mudos. Él pintando y ella posando.
Ella sentía su mirada y se imaginaba que él la pintaba desnuda sobre el fondo del río. Su rostro se ponía rojo. Su respiración y latidos corrían una carrera contra todas las represiones.
Él pensaba que esa muchacha tenía una piel hermosa, que seguramente nadie conocía más allá del vestido. Sus ojos eran demasiado grandes, podían contener un lago en noche estrellada, su pequeña nariz aceptaría el aroma de flores silvestres, y su carnosa boca podría decir los versos más profundos...Pero él no era de esos...Y ella no era esa clase de muchacha.
No quería pensar en ella pero no podía dejar de sentir que por todo ese instante que estaba delante suyo, la amaba.
Ella sabía que ese hombre jamás podría ser suyo, que saldría corriendo si se acercara, pero antes lo dejaría besarla levemente, una vez..
Los ruidos del pórtico los sacudieron a ambos. Él le pidió que dejara las cosas en el cuarto de su esposa antes de que subiera.
Ella corrió agitada.
La señora de la casa llegó cansada y soñolienta.
Él no volvió a mirarla el resto del día. Ella siguió fregando pisos. La mujer se levantó de la siesta, se dio un gran baño y se  cambió para el té.
Buscó los aros de perla en su alhajero.
Los buscó en todas partes. Hasta que los encontró. En las orejas pequeñas y temblorosas.
La muchacha corre por la calle, llora y de sus orejas corre un hilo perverso de sangre. Nunca va a parar de correr.

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