Atravesada.
Un tocado de nubes misteriosas
se cierne
sobre el exiguo resto conciencia de mi misma,
me dejo ir,
en la brisa urgente
provocada por una ira que quiere ser calmada
a mordiscos y besos.
Yo te tengo fuerte
con mis manos de nácar y terciopelo de Groenlandia
mientras tejés telarañas de acero
entre tu nave y mi orilla,
y el viento arrecia más fuerte
y yo me caigo entre los brazos de tu sombra.
Amaneciendo
sin tregua,
izada de tu almohada,
húmeda de tu frontera.
Salvada.
Para morir diez veces
en el ombligo del volcán,
echa girones de carne y dolor.
Abrazada de tu cobijo.
Hundida.
En tu profundo misterio.
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