En la pesada negrura Teseo avanza fatal hacia el exterminio de la bestia. La única forma de lograrlo es siguiendo el rojo hilo de Ariadna. Debe matar al animal milenario, mitad hombre mitad tauro. Sensible, salvaje. Avanza ciego de promesas del amor recién desvelado.
El laberinto lo devora, la fiebre le crece como un río de visiones apocalípticas. La daga hechizada se aferra a su mano con tentáculos de ira. Minotauro ruge henchido de ansias de sangre. El destino desborda de su diseño. La tempestad alumbra el final. La isla esta sola en el desfiladero del mundo. Toda alegría huyó enmudecida. Los presagios nublan el horizonte.
Gime el rey padre y tiembla la princesa.
Ya no hay más atajos, el encuentro es irrevocable. Si Minotauro lo alcanza morirá como hombre y si él mata al Minotauro quedará por siempre condenado el deseo.
La terrible oscuridad se vuelve densa. Solo el brillo de sus ojos inicia la batalla, gotas de transpiración se desvanecen en el aire hirviente. La lucha es un caos certero. El hombre y la bestia son uno.
Cuando uno de los dos sobreviva al otro, ambos continuarán unidos.
Ya no habrá más hombre persiguiendo su deseo. No habrá más bestia culpable.
Ariadna tiembla y suspira. Quién es el que regresa? el que regresa, qué es?
El rey yace con la cabeza entre sus manos, no quiere saber no puede mirar, su reino ha sido aniquilado.
Teseo aparece entre dos columnas, en su mano derecha, una daga brillando de sangre que aun se afana, en su mano izquierda, la punta del ovillo.
La mirada vacía.
La tristeza del héroe.
Se dirige a la barca que lo llevará sobre el mar infinito hacia su destino de soledad interminable.
Los pilares del mundo tiemblan y se derrumban.
Entre los escombros, la sangre humeante desprendida de la daga, corre a reunirse con el hilo, que lo absorbe. Lenta y ávidamente, lo absorbe.
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