Sobre la lava hirviente la tierra agitada absorbía el caldo, y por las grietas/ heridas, el rayo entró...
y la luz se unió a la sombra. El agua y el fuego evaporaron nubes de olores penetrantes.
La lluvia cedió, cayó sobre el mundo y el silencio huyó asustado montado al cuello de un reptil.
De lo profundo del caos surgió un movimiento amasándose a sí mismo
de la tierra, el agua y el fuego... con el rayo y el destino como marca.
El hombre despertó. Aún el rayo lo habita, se contorsiona, se revuelca, late, gime, llora, tiembla,
inicia el movimiento, inicia creación.
Al final de sus brazos sostiene con sus cinco dedos fragmentos del cielo
y en vez de pensar, primero creó un orden
y después supo qué veía, olió su transpiración,
oyó su latido y lo supuso fuera de él y comenzó a concebirse separado.
La luz y la oscuridad pelearon un poco más, y él durmió. Y la lucha no pudo terminar.
Entró por su boca abierta y aún mora
en el rincón del alma donde el hombre existe/persiste en su primer día.
Y llovió.
Llovió copiosamente durante más de mil días, cuando los días eran noches sin saberlo.
Y llovió.
llovió empecinadamente,
lavando los restos del mal. Horadando los restos del bien.
Los desechos de los hechos.
Los hechos deshechos.
Los frutos sin semilla.
Las palabras sin sentido.
Los abrazos sin amor. Las promesas incumplidas
y la certeza
de que la felicidad podría durar...
Así llovió!
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