Yo ví el rayo verde que recorrió la línea del horizonte.
Todo se iluminó de pronto de un modo escenográfico y después, nada. No era oscuridad ni nada. Era otra clase de silencio.
Yo ví cuando la tarde se durmió serenamente en los brazos envolventes de la noche. Todo el silencio abrió su pecho y la noche se bebió de un trago todos los colores.
Yo ví el resplandor de la luna antes de asomar detrás de las sierras que eran una mancha oscura de tinta negra con unas gotas de azul distancia.
Yo sentí el suspiro de la tierra tibia ante el abrazo fresco de los grillos.
Y sentí un perro a lo lejos que extrañaba a alguien que ya no está mas.
Yo sentí el aroma de las sombras enredándose en las verbenas silvestres.
Seguí el vuelo de una mariposa nocturna y me perdí en el cielo porque ya no supe cuál era mi estrella. Porque todas las estrellas parecían mías, y yo parecía una linternita con alas pequeñas. Frágil, perdida en la inmensa noche de los tiempos, pero me sentía grande y poderosa cuando cerraba mis ojos y me sabía parte del universo infinito.
No supe cuánto tiempo anduve así, como enamorada, sin respirar, con el corazón asaltándome los umbrales de la vida. Maravillada del mundo. Extasiada del milagro diario del atardecer.
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